Turismo rural Castilla y León, el confinamiento que entristece a los campos.
Desde el pasado mes de Marzo, el turismo rural de Castilla y León se ha visto amenazado por esta pandemia mundial, al igual que en el resto de España.
Como propietaria de un alojamiento rural, mi confinamiento empezó el mismo día en el que lejos de dar la bienvenida a mis huéspedes, tuve que decirles adiós, con la misma incertidumbre que el resto de compañeros de esta maravillosa profesión campesina, profesión portadora de una de las vivencias más maravilosas que existe para el ser humano, que es el contacto con la naturaleza de nuestros campos y la magia de retroceder en el tiempo, invitando a nuestros huéspedes a que puedan ser vecinos de villas centenarias por un fin de semana o unos pocos días más.
He podido observar una dignidad extraordinaria en todos estos propietarios de la Castilla fría, mientras experimentaban cómo de a poco sus alojamientos rurales se iban llenando de vacíos, y se transformaba su dinámica; una a una de las reservas corría una cuenta atrás y se apagaba la alegría que sugiere el recibir y abrir las puertas por primera vez a un nuevo viajero.
La paciencia ha sido una reacción generalizada. Toda España estuvo pendiente de los tiempos para poder volver a resurgir, y sin embargo, en este sector rural, he podido observar cómo en la actualidad, existe ya un cansancio extremo ante la perplejidad de tener que acatar exactamente las mismas normas que se establecen para lugares donde realmente este tremendo virus desarrolla su propagación.
Nuestras casas de pueblo, sus casas de campo, son lugares ubicados estratégicamente para asegurar un pulmón de aire fresco y seguro, y sin embargo, se han visto sometidas al más absoluto olvido.
Los propietarios, aunando fuerzas, han formado, esperanzados, grupos de trabajo de intercambio de ideas para salvaguardar sus negocios, y aún así, he observado cómo el cansancio extremo ha ido de a poco apagando sus voces.
El miedo a la incertidumbre, la ansiedad de la lucha continua y muy solitaria, la sensación de injusticia al verse nombrados con la misma categoría de “lugares peligrosos dignos de contagio”, acarrea en estos anfitriones, emociones de impotencia que les lleva, uno a uno, a situaciones de tristeza y angustia, de desánimo y abatimiento, ante la perplejidad de lo que está ocurriendo.
Es gratuito que este sector de la población también se convierta en “carne de cañón” de bajas por depresión y ansiedad, entre otras cosas, porque su situación de autónomos no les permite enfermarse.
No es verdad que nuestros campos contaminen. No es inteligente someterlos a las mismas normas que una discoteca de la capital.
Se está privando a la sociedad del pulmón de acero que aportan estas casas blindadas de gérmenes, donde cabría reunirse grupos reducidos de familias convivientes libres de peligro, descargando de esta manera, la superpoblación de las ciudades donde sí existe multiplicado por mil la posibilidad de contagio.
Estas casas y sus campos, son clínicas de desintoxicación al servicio de la sociedad, la cual aún no se ha percatado que pueden incluso contribuir a minimizar la infección.
Estos propietarios merecen ser escuchados, en estos momentos, incluso más que nadie.
Son los guardianes de miles de hectáreas de salud para la sociedad, y sin embargo, en contra de su voluntad, y sin argumentos sólidos, han tenido que poner puertas al campo.
Al campo de todos.
Pilar Guerra
Psicologa Clínica
Col. N. M-09823
www.pilarguerra.es